Descripción
En este cuadro el pintor deja constancia de su maestría en la recreación de las texturas, de los
efectos y reflejos de la luz en la plata y el cristal, del claroscuro barroco en una obra llena de
elementos simbólicos.
Las pinturas de frutas y naturalezas muertas comenzaron a ser protagonistas en el Renacimiento,
cuando ya tenían un gran simbolismo. Durante el Siglo de Oro, y a pesar de su aparente
sobriedad, los bodegones escondían los pensamientos de la época: el carpe díem, el paso del
tiempo y la muerte que se esconde tras la belleza.
No cabe duda de que, desde sus inicios, los bodegones hayan escondido mucho más de lo que
vemos a simple vista, dado que las frutas tienen mucho que decir.
• Las naranjas suelen estar relacionadas con la fecundidad.
• Los limones, por su sabor agrio, son símbolo de amargura, dolor e incluso de la muerte.
• La manzana, por la creencia de que fue el fruto que comieron Eva y Adán en el paraíso y, por lo
tanto, el primer pecado de la humanidad, está relacionada con el pecado, el amor carnal o el
deseo.
• La granada representa la vida eterna, la unidad de los cristianos o la prosperidad divina.
• El melocotón simboliza la virtud y el honor.
• Las uvas están relacionadas con los pensamientos impropios y la lujuria.
Según esta llave de lectura, la fruta apetecible de este cuadro ya no tendría secretos por el
espectador, pero lo que debe llamar la atención son los elementos de liturgia cristiana. El pan y el
aceite, indudables símbolos sagrados de la vida y de la comunión, alimentos no para el cuerpo, sino
para el espíritu, y el crucifijo y la serpiente, símbolos de la sempiterna lucha entre el mal y el bien.
Sin embargo, el pintor está muy lejos de estas temáticas y desvela su pensamiento en la actitud de
la serpiente que envuelve el crucifijo, no para estrangular, sino en actitud defensiva.
Es el misterio de la serpiente lo que Sirakov nos quieres representar. Dios que renuncia a su
divinidad, que se ensucia con el “pecado” para salvar a los hombres.
La historia de la salvación, relatada en la Biblia, está relacionada con un animal, el primero en ser
nombrado en el Génesis y el último mencionado en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en
la Escritura, es un símbolo poderoso de daño, y misteriosamente, de redención.
Para explicar esto, hay que implicarse en la Lectura del Libro de los Números y el Evangelio de Juan.
La primera contiene el famoso pasaje del pueblo de Israel, que cansado de vagar por el desierto
con poca comida, se enfada con Dios y con Moisés. También aquí las protagonistas son las
serpientes, dos veces. Las primeras enviadas por el cielo contra el pueblo infiel, que siembran el
terror y la muerte hasta que la gente implora a Moisés el perdón. (Van Dyck bien lo interpretó con
su magistral obra “La serpiente de metal”.)
La segunda es un reptil muy especial que entra en escena cuando Dios dice a Moisés: “Haz una
serpiente y ponla encima de un estandarte (la serpiente de bronce). Quien hay sido mordido y lo
mire, se curará”.
El misterioso milagro que Dios obra en este instante es el que nos deja perplejos: el Señor no mata
a las serpientes, las deja vivir, pero si una de ellas hace daño a una persona y esta mira a la serpiente
de bronce alzada sobre su frente, se salva. La serpiente, símbolo del pecado, la serpiente que mata
es también una serpiente que salva y este es el Misterio de Cristo.
Jesús se vació de sí mismo, se humilló por salvarnos y más todavía, se hizo pecado. Usando este
símbolo, se hizo serpiente para que permaneciera entre nosotros su mensaje profético: El Hijo del
hombre, que como una serpiente ‘hecha pecado’, es alzado sobre las frentes de todos nosotros
para salvarnos”.
Dios envía las serpientes y Dios cumple el milagro para salvar a todos, porque Dios es el crucifijo y
la serpiente al mismo tiempo.
Papa Francisco
Misa matutina en la Capilla
DOMUS SANCTAE MARTHAE
“La serpiente que mata y la que salva”
Martes 15 de marzo de 2016
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